No pasa mucho en el deporte, y menos en el deporte profesional, pero el otro día le di la enhorabuena a un deportista, no por el resultado, sino por su actitud.
Es evidente que el deportista siempre quiere ganar, pero olvida tres cosas:
– La primera cosa es que es un afortunado. Es un afortunado porque está vivo, está sano y puede disfrutar y trabajar para seguir creciendo y mejorando. Hasta que no caes enfermo, tienes un problema personal o deportivo o simplemente pasas por una mala “racha” no te das cuenta de esta gran fortuna que nos acompaña silenciosamente la mayoría de los días pero que no la valoramos.
– En segundo lugar, olvidamos lo que yo llamo “la fragilidad humana”, que incluye dos ideas. La primera idea es que en cualquier momento nuestra vida y nuestra fortuna puede cambiar. Por tanto, es muy importante estar preparado para estos cambios y ser conscientes de lo “insignificantes” que somos en el universo. Y cuando digo insignificante, no estoy quitando valor a la vida humana. Lo que quiero señalar es que si dejamos de ser egocéntricos y pensar que uno es lo más importante y miramos más allá, veremos que realmente nuestra vida consiste en hacer un mundo mejor y disfrutarla junto a los demás (esta es la segunda idea).
– Por último, la tercera cosa que olvida un deportista es que el foco se tiene que poner en el trabajo, en el proceso, en el día a día. Si te focalizas en esto, los resultados llegan solos. Y si no llegan, por mucho que te preocupes o te obsesiones no suelen llegar. Cuando el deportista deja de aferrarse a un resultado, a una marca, a un campeonato o a una medalla, logra la mayor victoria que existe: consigue la paz interior. Un amigo me decía que la verdadera victoria es conseguir la paz interior.
Por eso como decía al principio di la enhorabuena a este deportista profesional, principalmente por su actitud. Enhorabuena por no centrarte únicamente en el resultado, enhorabuena por trabajar con ilusión y profesionalidad, enhorabuena por competir con la mente calmada y la atención focalizada sin preocuparte por nada externo que no depende de ti.
Cuando una persona, y en este caso un deportista, vive la vida de esta manera ya es un triunfador, ya es exitoso y ya gana, independientemente del resultado. Lo curioso es que con esta actitud el resultado también llega.