El otro día disfruté de un documental sobre el tenista Arthur Ashe, donde diferenciaba entre ser ganador o campeón. Pero antes de entrar en sus diferencias quisiera hablar un poco de la figura de Arthur Ashe.
Ashe fue un tenista americano que brilló en los años 70 y principios de los 80. Fue el primer afroamericano en lograr los Grand Slams de Wimbledon, Open de Estados Unidos y Open de Australia. Además, jugo 10 años con el equipo de Copa Davis de los Estados Unidos y fue capitán 4 años, obteniendo la victoria en 1981 y 1982. Aunque no llegó a ser número 1 (fue número 2), Arthur fue reconocido por la ATP (Asociación de Tenistas Profesionales) como tenista del año en 1975, cuando ganó en Wimbledon al también tenista estadounidense, Jimmy Connors, número uno en ese momento.
También es reconocido por su lucha contra las políticas de apartheid en Sudáfrica y por luchar contra la causa de la enfermedad del VIH/SIDA. Ashe contrajo esta enfermedad por una transfusión de sangre en una operación de corazón. Pero nuca se quejó de esta mala fortuna ni se sintió víctima.
Arthur fue un ejemplo de valores en el deporte. Decía que no quería que se le recordase como un gran jugador de tenis porque eso no contribuía a la sociedad. Por eso diferenciaba a los ganadores de los campeones. Decía que los ganadores eran los que superaban a sus competidores y nada más, pero que los campeones eran las personas que dejaban su deporte mejor de lo que se lo encontraron. Ganador o campeón pueden ser sinónimos pero visto desde este punto de vista tiene grandes diferencias.
Arthur Ashe fue un ejemplo de compromiso, generosidad, bondad y perseverancia para todos. Fue para los “ojos de la sociedad” una persona exitosa, pero fue mucho más significativa y exitosa su propia vida y sus propias obras. Como decía su mujer, “sus tesoros nunca fueron sus trofeos, sino sus libros”.
Tal fue el legado que dejó que la pista central de Flushing Meadows, donde se celebra el Open USA, la pista central lleva su nombre.
Cuando contrajo el SIDA, un fan escribió: «¿Por qué Dios tiene que seleccionarte para tan fea enfermedad?«. Y Ashe respondió: «En el mundo 50.000.000 de chicos comienzan a jugar al tenis, 5.000.000 aprenden a jugarlo, 500.000 aprenden tenis profesional, 50.000 entran al circuito, 5.000 alcanzan jugar un Grand Slam, 50 llegan a Wimbledon, 4 a las semifinales, 2 a la final. Cuando estaba levantando la copa nunca le pregunté a Dios: ¿Por qué a mí? Y hoy con mi enfermedad, no debería preguntarle: ¿Por qué a mí?”.
Gracias Arthur por tu legado y si alguna vez tengo que elegir entre ser ganador o campeón, me quedo con lo segundo.